Todo salió ‘mal’ y nos llevó justo a la magia del no controlar. Encontramos el regalo en cada instante.
Todo comenzó con mi hijo que se levantó con dolor de garganta. Cuando eso sucede suelo preguntar si se ha tragado un enojo o algo sucedió o si sucedió algo que no expresó.
Me quedó viendo con una mirada rara y me dijo: ‘solo me duele la garganta.’
Ok, le dije y seguimos con el día.
Una hora después, aparentemente de la nada me dice:
Mamá, me enojé con mi tío y no lo dije. Cuando yo lo invito a hacer cosas y a cada rato me dice que no puede me hace sentir mal. Ayer me enojé mucho por eso.
Ahí está, le dije.
En los siguientes momentos compartí una técnica que aprendí en mi Diplomado de Vinculación que se llama proximidad.
La estructura de la frase de la proximidad va así:
Si tu haces X, yo me siento Y.
Entonces en este caso sería decir a tu tío:
“Tío, si yo te invito y tu cada vez me dices que no, yo me siento triste/enojado/mal.”
Lo que sucede después es que tu haces tu trabajo interno y en realidad la parte de la otra persona, le toca a la otra persona. No puedes señalar u ofender, es solo nombrar lo que sientes cuando alguien hace alguna cosa en particular.
Mi hijo habló con su tío y le dijo tal cual (a mi todavía me cuesta aplicarlo y el niño de volada entendió y lo hizo).
La reacción de su tío fue hermosa. Primero, sorprendido por lo que acababa de escuchar, después le dijo: te quiero mucho y no sabía esto.
Poco después volvió a marcarnos para preguntar si queríamos ir a comer a nuestro restaurante favorito.
En la tarde nos fuimos todos en su camioneta, amontonados y felices.
Llegamos al restaurante fuera de la ciudad pero estaba cerrado por vacaciones.
Cerca había un comedor con 2 mesas de una coreana y un hijo de 23 años con autismo y cocinan super rico. Vayamos ahí, les dije.
Llegando no había espacio pero aún así nos acomodaron en una mesa con 2 mujeres más (que hablaban de Only Fans ) y todos juntitos nos sentamos a comer.
El mesero, hijo de la coreana, tiene autismo y aunque tenga 23 años, cruzaba miradas con mis hijos como hacen niños cuando ven a otros niños con quien les gustaría jugar. Ya sabes.
Govinda nos destapaba las kombuchas de una manera cuidadosa y hablando a él mismo. Para cobrar a las dos mujeres frente de nosotros sacó su mano insistente en recibir los billetes lo más pronto posible.
Nos causó una sonrisa a cada uno. Su forma de atender fue única, amable y caótica. Todo a su manera.
Cuando ya toda la gente se había ido, nos pusimos a platicar con la mamá de Govinda y nos dijo de una manera tan preciosa: A Govinda le gusta mucho el dinero. Y a mi también, agregó.
A mi también me encanta, pensé. Qué bonito es conversar del dinero sin juicio.
Es mucho trabajo cocinar pero es tan bonito ver la gente disfrutar de lo que preparo, amo hacer esto - contaba.
Es un encanto comer la comida de alguien tan apasionada, pensé.
No vendí nada toda la semana y por poco no abro hoy pero todo el mundo llegó y mañana por fin, iré corriendo a cambiar el aceite de mi coche. Ya tengo suficiente dinero para eso, agregó.
Nos quedamos con la sorpresa plasmada en la cara. No teníamos idea.
Wow.
Pero qué bonito se siente gastar tu dinero en pequeños negocios en donde cada venta-compra hace la diferencia, en donde es realmente importante, en donde ayudas a realizar el cambio que sueña esa persona.
Con la barriga y el corazón lleno regresamos a casa y mi concuña propuso jugar un juego de mesa y no necesitábamos más que eso. Solo estar, comer, jugar, platicar...
Ya me di cuenta, me dijo mi concuña, los domingos no son para trabajar.
Así es, le dije.
Metí a mis hijos a sus camitas y les agradecí porque fue gracias a ellos que todos reconectamos con lo que realmente importa en esta vida.
Un abrazo.
Justine
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